sábado, 18 de agosto de 2012

Historias del barrio

Probablemente la mejor narrativa actual no esté en la novela tradicional. La novela gráfica, algunos guiones para series de televisión -así David Simon en The wire-, tienen el nervio, la emoción, el interés que busca quien disfruta con los relatos. La novela de Gabi Beltrán y Bartolomé Seguí es un ejemplo de narración honesta, a corazón abierto, directa, bien ejecutada. Recuerda muchísimo a otros ejemplos excelentes: El arte de volar, de Altarriba, o Arrugas de Roca.
Historias del barrio es un relato fragmentario situado en Palma. Podría ser cualquier ciudad española de los 80, cualquier barrio o pueblo: esa época de vida oscura, sin horizontes, de vida degradada, de vidas perdidas -por falta de oportunidades, por falta de formación, por mala suerte, por las drogas, por falta de ambición, por dejarse ir-. El relato de Beltrán y Seguí habla de todo ello desde dentro, en primera persona, desde alguien que lo vivió y salió de allí. El narrador reflexiona en el capítulo inicial, frente al mar: "Pensaba que todo lo bueno estaba más allá del horizonte. Pensaba que allí, tras la línea por la que desaparecían los barcos, las madres no perdían los nervios y los padres no eran alcohólicos". Relato seco, dibujo preciso -magníficas los retratos urbanos-, prosa ágil, emotiva.
Lo de menos son los premios. En este caso quizá sirven para que se pueda publicar de manera admirable por Astiberri.

jueves, 16 de agosto de 2012

Con el agua al cuello

No hay lirismo en la novela de Márkaris Con el agua al cuello. Tampoco hay digresiones ni reflexiones morales más o menos traídas al caso. Narración pura, seca, directa, en primera persona, de una Grecia que se desmorona. La novela, más allá de la trama policíaca bien llevada que la sostiene, repasa sin contemplaciones el mundo turbio de la banca, de los fondos de inversión salvajes, el rescate europeo, los recortes, el paro, la exclusión social de la inmigración, el dopaje. Un país enfermo, desorientado, al que la Europa del norte mira por encima del hombro. De todo ello habla Márkaris. Sin moralina. Sin bobadas.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Una biografía de Gil de Biedma


       
            Miguel Dalmau, crítico literario, columnista, novelista, aborda la compleja tarea de una biografía de Jaime Gil de Biedma: fallecido en 1990, es uno de los poetas fundamentales de la segunda mitad del siglo XX, tanto por el carácter singular de su obra poética como por su influjo en la poesía de las últimas décadas, especialmente en la línea que se ha denominado de la “poesía de la experiencia”. Decimos que se trata de una tarea compleja no sólo por el aspecto literario del personaje –muy estudiado en los últimos tiempos- sino, sobre todo, por la leyenda personal que lo acompañó incluso en vida: una vida intensa que tuvo, como cara externa, la actividad profesional de un alto ejecutivo en una importante multinacional española. Miguel Dalmau aborda la biografía no como el “retrato” al que el título alude sino como un tríptico: el tríptico de Francis Bacon que el propio Gil de Biedma contempla una mañana de verano de 1978, obra en la que el pintor representa tres caras del mismo personaje:
q  el respetado, formal, hombre de negocios: como el propio Gil de Biedma, vástago de una familia de la alta burguesía de la época.
q  el escritor, a veces sufriente, que ha puesto parte de su vida en la literatura.
q  el amante, el sentimental que amó intensamente y sufrió por ello.

Tres caras, tres máscaras, tres puntos de vista, desde los que enfoca Miguel Dalmau cada una de las tres partes en que divide la biografía: “Infancia y confesiones”, “El juego de hacer versos” y “Contra Jaime Gil de Biedma”, fragmentos del tríptico que toman como título el de tres poemas muy significativos de la obra del poeta.

La primera parte de la biografía, la más breve, resulta un tanto descompensada: Dalmau relata con detalle los antecedentes de la familia del poeta (Barcelona, 1929) remontándose varias generaciones; sin embargo, los últimos treinta años de la vida del escritor, ya trabajando como alto ejecutivo en una multinacional –la Compañía de Tabacos-, quedan reducidos a unos pocos apuntes. Entre ambos extremos desgrana el biógrafo la vida externa de uno de los descendientes de una acomodada familia de la alta burguesía barcelonesa: particularmente interesante –por el impacto que dejará en la literatura de su generación- es la vivencia infantil de la Guerra Civil, vivencia cómoda en la casa que la familia poseía en la provincia de Segovia, en la localidad de La Nava de la Asunción, lugar clave en la mitología personal del poeta (cfr. su hermoso “Ribera de los alisos” en Moralidades, 1966); son años en que el niño Jaime vive en un pequeño reino de libertad, sin colegio, en los que vislumbra también algo terrible que apenas alcanza a ver: esta experiencia infantil de la contienda quedará reflejada en su “Intento formular mi experiencia de la guerra” (Moralidades) donde afirmaba: “Mi amor por los inviernos mesetarios/ es una consecuencia/ de que hubiera en España casi un millón de muertos”. El regreso a Barcelona supone el regreso a una vida cómoda propia de la clase a la que pertenece: educación en un prestigioso colegio de tradición liberal, veranos gozosos, carrera de Derecho (un compañero de generación, Ángel González, afirma que “todo español es licenciado en Derecho mientras no se demuestre lo contrario”), estancia en Inglaterra –importante en su formación como poeta-, paso fugaz por la carrera diplomática e inicio de su vida laboral, primero en un bufete de la ciudad condal y, enseguida, en la empresa multinacional en la que su padre llegará a ser director general: ello propiciará una vida profesional con numerosísimos viajes por todo el mundo y, particularmente, con estancias prolongadas en Filipinas. Será la vida externa que el poeta mantendrá hasta 1989, cuando, ya gravemente enfermo, dejará la empresa en los últimos años de una vida que concluyó en los primeros días de 1990.

La segunda parte, “El juego de hacer versos”, detalla la carrera literaria de Gil de Biedma: es quizá la parte de la biografía que menos aporta por cuanto la vida del grupo de poetas barceloneses con quienes convivió el autor ha sido muy estudiada en las últimas décadas (así, por ejemplo, el riguroso La escuela de Barcelona de Carme Riera, 1988, que Dalmau cita en la bibliografía). El biógrafo recrea la vida del Gil de Biedma desde la doble condición de abogado y poeta. Relata sus lecturas infantiles, su temprana afición al teatro y, especialmente, las tertulias literarias en el ambiente universitario (Barral, Costafreda, los hermanos Ferrater, José Agustín Goytisolo). Desde este ambiente literario detalla el lanzamiento de este grupo de escritores: la revista Laye donde publica Jaime Gil sus primeros poemas en forma de plaquette bajo el título de Según sentencia del tiempo (1953); el cobijo de Aleixandre,... Dalmau explica con precisión su acercamiento a la poesía social –acompañado de un intento frustrado de ingreso en el Partido Comunista- aunque desde una perspectiva más irónica, desde la expresión de una mala conciencia de clase: el poema que abre Moralidades y que da título a esta parte de la biografía concluye con una dedicatoria a sus compañeros de generación, “pecadores/ como yo [...]/ por mala conciencia escritores/ de poesía social”. Acontecimientos significativos de esta época que recoge el biógrafo fueron, sin duda, el mítico homenaje a Antonio Machado en Collioure (1959) o las Conversaciones Poéticas de Formentor, la publicación de su primer libro, Compañeros de viaje (1959) o la antología de Castellet, Veinte años de poesía española (1939-59), como intento de lanzamiento del grupo de poetas al que aludíamos.
La década de los sesenta viene marcada, literariamente, por un cierto desencanto por la poesía social y por la publicación de su segundo libro, Moralidades (1966), libro que resume la evolución personal del poeta, desde una poesía social menos exaltada pero esperanzada –desde esa mala conciencia- al tono íntimo, conversacional muy influenciado por la fecunda relación con Luis Cernuda y la poesía de Auden (cfr. pgs. 163-165). En los años setenta, con una brevísima obra publicada, es considerado maestro o referencia para un nutrido grupo de poetas jóvenes –Gimferrer, Carnero, Martínez Sarrión-. Dalmau detalla la muy estudiada crisis del poeta que conduce desde su “Contra Jaime Gil de Biedma” al impresionante “Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma”, publicado ya en su tercer libro, Poemas póstumos (1968). Tras siete años en que casi no escribe –apenas ocho poemas- publica Las personas del verbo (1975) que considera su poesía completa, convertido ya en un poeta de culto. A partir del libro, el silencio –poético- y la leyenda.

Miguel Dalmau afirma que la verdadera cara del tríptico, la que mejor afirma el retrato, es la cara personal, sentimental, sexual, del personaje. Esta tercera parte abarca, en extensión, más de la mitad del volumen: arranca con la adolescencia del poeta, relata el proceso de asunción de la condición homosexual y, sobre todo, se detiene en el relato de un sórdido episodio de la niñez-adolescencia. En esta parte de la biografía el autor deriva, quizá en exceso, hacia apuntes freudianos que pertenecen más al terreno de la especulación que al de la biografía rigurosa.
Desde esta tercera perspectiva revisa Dalmau los episodios relatados en las dos primeras partes del tríptico: la época universitaria, su fecunda estancia en Inglaterra, la actividad del grupo de poetas en Barcelona. Todos estos episodios dejan huella en su poesía, huella que el biógrafo detalla puntualmente. Su relato, sin embargo, se demora en el detalle de la intensísima vida sentimental de Gil de Biedma: desde las personas que más contaron en su vida hasta la sordidez de cada encuentro puntual; desde sus grandes amores al detalle –a veces excesivo- de su promiscuidad. Hay algo de sórdido, de turbio, en el recuento de búsquedas, afanes, en la impaciencia y el torbellino de alcohol y amantes que recorren esta última parte de la biografía.  Otro de los excesos del biógrafo se encuentra en el rastreo del origen de algunos poemas: así, especula que el origen de “Pandémica y Celeste” –uno de los textos fundamentales del poeta- estaría en el conflicto entre dos de sus chacras, recurriendo a un patrón de la medicina ayurvédica hindú para explicar el conflicto interior del poeta, que el texto explicita acaso sin necesidad de interpretación alguna.
Desde una perspectiva literaria son más interesantes los apuntes sobre su amistad con Barral, Marsé, los Goytisolo o Ángel González; o el relato de la crisis de finales de los sesenta que prácticamente le lleva a abandonar la poesía –los intentos de suicidio, la soledad, el desamparo, el remordimiento-. A partir de este momento relata Dalmau con crudeza su pavor a la vejez, a la decadencia física, su deterioro de los últimos años, el diagnóstico de SIDA en 1985, el progreso de la enfermedad, la agonía, la pérdida de sus portentosas facultades intelectuales, la muerte de su amigo Barral tras la que, en palabras de José Agustín Goytisolo, “se dejó morir” (pg. 468).

Desde el punto de vista formal el relato del biógrafo, a pesar de la extensión considerable, es ágil, fragmentado en docenas de capítulos brevísimos que detallan un episodio, un encuentro, la génesis de un texto,... Sin embargo, quizá pensando en esa agilidad, Dalmau no consigna la procedencia precisa de los numerosos testimonios o fuentes que maneja: en el caso de las bibliográficas el relato hubiera ganado en rigor, desde luego, agrupando las notas a final de capítulo. La biografía se cierra con un útil índice onomástico y una bibliografía de y sobre Gil de Biedma. En la bibliografía del poeta se echa en falta la cita de la edición definitiva del Diario del artista seriamente enfermo (1974) –que es la única que consigna Dalmau-, publicada en 1991, un año después de la muerte del poeta, con el título Retrato del artista en 1956, que incluye muy significativas adiciones. Igualmente se echa en falta en la “Bibliografía básica” uno de los volúmenes de las memorias de Barral, Cuando las horas veloces (1988), o la esencial antología y estudio Partidarios de la felicidad (2000) de Carme Riera, una de las estudiosas fundamentales de la vida del grupo de poetas de Barcelona.

En conclusión, resulta una biografía muy desigual. El recurso narrativo del tríptico termina descompensándose por el excesivo detalle de la vida amorosa del poeta y por las inevitables reiteraciones. Sin embargo, en lo estrictamente literario, Dalmau ha estudiado las referencias biográficas de buena parte de los poemas de Las personas del verbo, lo que, desde luego, convierte a su biografía en una obra de referencia. Hay que lamentar, empero, la aludida ausencia de referencias bibliográficas y las especulaciones freudianas que salpican el relato. Con todo ello, dentro del interés indudable del estudio, resulta un tanto decepcionante.

[DALMAU, Miguel: Jaime Gil de Biedma. Retrato de un poeta. Circe, Barcelona, 2004. 510 pp. I.S.B.N.: 84-7765-227-9.]

martes, 31 de julio de 2012

Venecias

Nadie ha escrito así del esplendor perdido, del final de la fiesta. La melancolía de la belleza: Paul Morand en Venecias.

Un texto que es, además, un modelo de la prosa de dietario, libre, a corazón abierto, sin el intermedio de la ficción. Un modelo de dietario, que recuerda a la mejor prosa de Sánchez Ostiz (quien toma una referencia suya para su espléndido La negra provincia de Flaubert).

lunes, 9 de julio de 2012

Un soneto de Borges


La nostalgia del orden nos paraliza: nada estará nunca a la altura, nunca llegaremos al principio y lo recogeremos todo, como si todo fuera posible abarcarlo, lo vivido, lo leído, lo sólo visto. Probablemente da igual empezar por cualquier sitio.
Uno quisiera leer a Borges desde su albor, empezando con una buena biografía –o varias, ya puestos- y, asentados ya los cimientos, comenzar una lectura cronológica de sus obras completas, como un comentarista del Renacimiento,…
Da igual: por qué no empezar por un poema de La moneda de hierro, por la “Elegía de un recuerdo imposible”, el texto que lo abre. Como “Remordimiento”, del mismo libro, que uno intuye que es la expresión pura de la emoción: en la elegía es el verso que como un estribillo apuntala el desamparo profundo, “Qué no daría yo por la memoria”, mendigando tan sólo la memoria de un paisaje, una emoción o una palabra, la memoria de una vida perdida que es la que acucia en el “remordimiento”: encabalgamientos abruptos; versos trimembres, como una congoja; versos bimembres, como los finales con aire de esa poesía eterna de Quevedo o Garcilaso.

He cometido el peor de los pecados
Que un hombre puede cometer. No he sido
Feliz. Que los glaciares del olvido
Me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego
Arriesgado y hermoso de la vida,
Para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
No fue su joven voluntad. Mi mente
Se aplicó a las simétricas porfías
Del arte, que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.

Quizá sea suficiente con este soneto para ir tirando del hilo: la “joven” voluntad, ilusionada, de sus padres; el pasado heroico de sus ancestros (“me legaron valor”); la conciencia de la vida entregada a nada, “a las simétricas porfías”,…

Y desde aquí seguir el hilo, por donde quiera que vaya…
  
El hilo se enreda, se revuelve, en la “Elegía de un recuerdo imposible”. Este Borges elegíaco, pasional, contenido,  alcanza un tono de emoción que sólo he encontrado en los mejores poemas de Jaime Gil, como en “Ribera de los alisos”, poema en el que se respira ese aire de profunda paz de las tardes de sol del otoño avanzado, esa melancolía serena, hermosa, de la tarde que termina: donde hasta la evocación de los fantasmas y del pasado es un encuentro amable. En ambos textos hay un fondo de condena, de perdición irremisible, de atisbo de la muerte: pero en ambos la evocación es un remanso.

Lo que en ellos es elegía serena, en Ángel González es apasionada, rabiosa; y en Cernuda es solemne, literaria, como un capitel clásico.

El soneto de Borges tiene su contrapunto en el glorioso soneto V de Garcilaso: aquí todo es contención, elegancia, mesura y equilibrio en la emoción, en la desesperación; en Borges encontramos, empero, al intelecto atormentado, que descabalga el soneto, que busca la asimetría consciente de su valor estético.

Va de cuentos...

Más allá del título, que pudiera parecer pretencioso, Los mejores relatos españoles del siglo XX, José María Merino realiza un trabajo estupendo antologando y presentando una colección de cuentos espléndida.  Estupendo porque sigue un criterio básicamente literario: cuestiones técnicas, temáticas, estilísticas, son las que determinan la selección de tal autor o relato. Incluye relatos de sentimentalidad contenida -así el clásico de Baroja-, relatos fantásticos -espléndido el de Rosa Chacel-, juguetones, vanguardistas -Ayala-, juegos metaliterarios -Unamuno, Azorín-, realistas -Laforet, Aldecoa,...-, arriesgados, irónicos -una delicia "La gabardina" de Max Aub- o desasosegantes -inquietante "Reicheneau" de Juan Benet. Un modelo de antología, al margen del criterio historicista que puede enturbiar el valor estético, como lo era -por ejemplar- la Antología del cuento triste de Monterroso y Jacobs, festín literario donde los haya (empezando con el "Bartleby" de Melville, siguiendo con Chéjov, Joyce, Faulkner, Onetti, Rulfo,...). La presentación de cada relato por parte de Merino es delicada, huye del dato biográfico o editorial, apunta el que quizá pueda ser su valor estético, sugiere una lectura, con el afecto de quien ha frecuentado con respeto y dedicación la obra de los autores que presenta.

martes, 3 de julio de 2012

Al sur de la frontera...


Al sur de la frontera, al oeste del sol. Un relato bellísimo, que acaso no sea uno de los más renombrados del autor.
Esa época en que la vida está por hacer y el corazón queda marcado (relata la primera vez que una pareja de doce años se da la mano con una delicadeza que conmueve). Lo difícil que es decir las cosas, encontrar las palabras en el momento que corresponde (este tema también aparece una y otra vez en Tokio blues). La vida que se enreda y la capacidad que tenemos de hacer daño: "Entonces no lo sabía. No sabía que era capaz de herir a alguien tan hondamente que jamás se repusiera. A veces, hay personas que pueden herir a los demás por el mero hecho de existir". Los sueños, esos sueños que sólo se pueden tener con diecisiete o dieciocho años, y la perdición, la angustia, que sucede cuando la vida se impone y se suceden los errores una y otra vez.
El azar, el peso del azar en nuestras vidas. El paso del tiempo. La ciudad, la lluvia, la soledad. Las personas heridas por la vida. Personas que se buscan y que se esperan (como en Tokio blues también). Ese algo indefinible que buscamos, como el personaje que lo tiene todo para ser feliz -buenos negocios, dinero, una familia perfecta- y sigue buscando eso que está "al sur de la frontera" y en ese lugar inalcazable "al oeste del sol". El reencuentro fugaz con el pasado, las decisiones que hay que tomar...
De todo esto habla Murakami con una prosa precisa y limpia.