lunes, 9 de julio de 2012

Un soneto de Borges


La nostalgia del orden nos paraliza: nada estará nunca a la altura, nunca llegaremos al principio y lo recogeremos todo, como si todo fuera posible abarcarlo, lo vivido, lo leído, lo sólo visto. Probablemente da igual empezar por cualquier sitio.
Uno quisiera leer a Borges desde su albor, empezando con una buena biografía –o varias, ya puestos- y, asentados ya los cimientos, comenzar una lectura cronológica de sus obras completas, como un comentarista del Renacimiento,…
Da igual: por qué no empezar por un poema de La moneda de hierro, por la “Elegía de un recuerdo imposible”, el texto que lo abre. Como “Remordimiento”, del mismo libro, que uno intuye que es la expresión pura de la emoción: en la elegía es el verso que como un estribillo apuntala el desamparo profundo, “Qué no daría yo por la memoria”, mendigando tan sólo la memoria de un paisaje, una emoción o una palabra, la memoria de una vida perdida que es la que acucia en el “remordimiento”: encabalgamientos abruptos; versos trimembres, como una congoja; versos bimembres, como los finales con aire de esa poesía eterna de Quevedo o Garcilaso.

He cometido el peor de los pecados
Que un hombre puede cometer. No he sido
Feliz. Que los glaciares del olvido
Me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego
Arriesgado y hermoso de la vida,
Para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
No fue su joven voluntad. Mi mente
Se aplicó a las simétricas porfías
Del arte, que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.

Quizá sea suficiente con este soneto para ir tirando del hilo: la “joven” voluntad, ilusionada, de sus padres; el pasado heroico de sus ancestros (“me legaron valor”); la conciencia de la vida entregada a nada, “a las simétricas porfías”,…

Y desde aquí seguir el hilo, por donde quiera que vaya…
  
El hilo se enreda, se revuelve, en la “Elegía de un recuerdo imposible”. Este Borges elegíaco, pasional, contenido,  alcanza un tono de emoción que sólo he encontrado en los mejores poemas de Jaime Gil, como en “Ribera de los alisos”, poema en el que se respira ese aire de profunda paz de las tardes de sol del otoño avanzado, esa melancolía serena, hermosa, de la tarde que termina: donde hasta la evocación de los fantasmas y del pasado es un encuentro amable. En ambos textos hay un fondo de condena, de perdición irremisible, de atisbo de la muerte: pero en ambos la evocación es un remanso.

Lo que en ellos es elegía serena, en Ángel González es apasionada, rabiosa; y en Cernuda es solemne, literaria, como un capitel clásico.

El soneto de Borges tiene su contrapunto en el glorioso soneto V de Garcilaso: aquí todo es contención, elegancia, mesura y equilibrio en la emoción, en la desesperación; en Borges encontramos, empero, al intelecto atormentado, que descabalga el soneto, que busca la asimetría consciente de su valor estético.

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