Probablemente la mejor narrativa actual no esté en la novela tradicional. La novela gráfica, algunos guiones para series de televisión -así David Simon en The wire-, tienen el nervio, la emoción, el interés que busca quien disfruta con los relatos. La novela de Gabi Beltrán y Bartolomé Seguí es un ejemplo de narración honesta, a corazón abierto, directa, bien ejecutada. Recuerda muchísimo a otros ejemplos excelentes: El arte de volar, de Altarriba, o Arrugas de Roca.
Historias del barrio es un relato fragmentario situado en Palma. Podría ser cualquier ciudad española de los 80, cualquier barrio o pueblo: esa época de vida oscura, sin horizontes, de vida degradada, de vidas perdidas -por falta de oportunidades, por falta de formación, por mala suerte, por las drogas, por falta de ambición, por dejarse ir-. El relato de Beltrán y Seguí habla de todo ello desde dentro, en primera persona, desde alguien que lo vivió y salió de allí. El narrador reflexiona en el capítulo inicial, frente al mar: "Pensaba que todo lo bueno estaba más allá del horizonte. Pensaba que allí, tras la línea por la que desaparecían los barcos, las madres no perdían los nervios y los padres no eran alcohólicos". Relato seco, dibujo preciso -magníficas los retratos urbanos-, prosa ágil, emotiva.
Lo de menos son los premios. En este caso quizá sirven para que se pueda publicar de manera admirable por Astiberri.
sábado, 18 de agosto de 2012
jueves, 16 de agosto de 2012
Con el agua al cuello
No hay lirismo en la novela de Márkaris Con el agua al cuello. Tampoco hay digresiones ni reflexiones morales más o menos traídas al caso. Narración pura, seca, directa, en primera persona, de una Grecia que se desmorona. La novela, más allá de la trama policíaca bien llevada que la sostiene, repasa sin contemplaciones el mundo turbio de la banca, de los fondos de inversión salvajes, el rescate europeo, los recortes, el paro, la exclusión social de la inmigración, el dopaje. Un país enfermo, desorientado, al que la Europa del norte mira por encima del hombro. De todo ello habla Márkaris. Sin moralina. Sin bobadas.
miércoles, 8 de agosto de 2012
Una biografía de Gil de Biedma
Miguel Dalmau, crítico literario, columnista, novelista,
aborda la compleja tarea de una biografía de Jaime Gil de Biedma: fallecido en
1990, es uno de los poetas fundamentales de la segunda mitad del siglo XX,
tanto por el carácter singular de su obra poética como por su influjo en la
poesía de las últimas décadas, especialmente en la línea que se ha denominado
de la “poesía de la experiencia”. Decimos que se trata de una tarea compleja no
sólo por el aspecto literario del personaje –muy estudiado en los últimos
tiempos- sino, sobre todo, por la leyenda personal que lo acompañó incluso en
vida: una vida intensa que tuvo, como cara externa, la actividad profesional de
un alto ejecutivo en una importante multinacional española. Miguel Dalmau
aborda la biografía no como el “retrato” al que el título alude sino como un
tríptico: el tríptico de Francis Bacon que el propio Gil de Biedma contempla una
mañana de verano de 1978, obra en la que el pintor representa tres caras del
mismo personaje:
q el respetado, formal, hombre de negocios: como el
propio Gil de Biedma, vástago de una familia de la alta burguesía de la época.
q el escritor, a veces sufriente, que ha puesto parte
de su vida en la literatura.
q el amante, el sentimental que amó intensamente y
sufrió por ello.
Tres
caras, tres máscaras, tres puntos de vista, desde los que enfoca Miguel Dalmau
cada una de las tres partes en que divide la biografía: “Infancia y
confesiones”, “El juego de hacer versos” y “Contra Jaime Gil de Biedma”,
fragmentos del tríptico que toman como título el de tres poemas muy
significativos de la obra del poeta.
La
primera parte de la biografía, la más breve, resulta un tanto descompensada:
Dalmau relata con detalle los antecedentes de la familia del poeta (Barcelona,
1929) remontándose varias generaciones; sin embargo, los últimos treinta años
de la vida del escritor, ya trabajando como alto ejecutivo en una multinacional
–la Compañía de Tabacos-, quedan reducidos a unos pocos apuntes. Entre ambos
extremos desgrana el biógrafo la vida externa de uno de los descendientes de
una acomodada familia de la alta burguesía barcelonesa: particularmente
interesante –por el impacto que dejará en la literatura de su generación- es la
vivencia infantil de la Guerra Civil, vivencia cómoda en la casa que la familia
poseía en la provincia de Segovia, en la localidad de La Nava de la Asunción,
lugar clave en la mitología personal del poeta (cfr. su hermoso “Ribera de los
alisos” en Moralidades, 1966); son años en que el niño Jaime vive en un
pequeño reino de libertad, sin colegio, en los que vislumbra también algo
terrible que apenas alcanza a ver: esta experiencia infantil de la contienda
quedará reflejada en su “Intento formular mi experiencia de la guerra” (Moralidades)
donde afirmaba: “Mi amor por los inviernos mesetarios/ es una consecuencia/ de
que hubiera en España casi un millón de muertos”. El regreso a Barcelona supone
el regreso a una vida cómoda propia de la clase a la que pertenece: educación
en un prestigioso colegio de tradición liberal, veranos gozosos, carrera de
Derecho (un compañero de generación, Ángel González, afirma que “todo español
es licenciado en Derecho mientras no se demuestre lo contrario”), estancia en
Inglaterra –importante en su formación como poeta-, paso fugaz por la carrera
diplomática e inicio de su vida laboral, primero en un bufete de la ciudad
condal y, enseguida, en la empresa multinacional en la que su padre llegará a
ser director general: ello propiciará una vida profesional con numerosísimos
viajes por todo el mundo y, particularmente, con estancias prolongadas en
Filipinas. Será la vida externa que el poeta mantendrá hasta 1989, cuando, ya
gravemente enfermo, dejará la empresa en los últimos años de una vida que
concluyó en los primeros días de 1990.
La
segunda parte, “El juego de hacer versos”, detalla la carrera literaria de Gil
de Biedma: es quizá la parte de la biografía que menos aporta por cuanto la
vida del grupo de poetas barceloneses con quienes convivió el autor ha sido muy
estudiada en las últimas décadas (así, por ejemplo, el riguroso La escuela
de Barcelona de Carme Riera, 1988, que Dalmau cita en la bibliografía). El
biógrafo recrea la vida del Gil de Biedma desde la doble condición de abogado y
poeta. Relata sus lecturas infantiles, su temprana afición al teatro y,
especialmente, las tertulias literarias en el ambiente universitario (Barral,
Costafreda, los hermanos Ferrater, José Agustín Goytisolo). Desde este ambiente
literario detalla el lanzamiento de este grupo de escritores: la revista Laye
donde publica Jaime Gil sus primeros poemas en forma de plaquette bajo el
título de Según sentencia del tiempo (1953); el cobijo de Aleixandre,...
Dalmau explica con precisión su acercamiento a la poesía social –acompañado de
un intento frustrado de ingreso en el Partido Comunista- aunque desde una
perspectiva más irónica, desde la expresión de una mala conciencia de clase: el
poema que abre Moralidades y que da título a esta parte de la biografía
concluye con una dedicatoria a sus compañeros de generación, “pecadores/ como
yo [...]/ por mala conciencia escritores/ de poesía social”. Acontecimientos
significativos de esta época que recoge el biógrafo fueron, sin duda, el mítico
homenaje a Antonio Machado en Collioure (1959) o las Conversaciones Poéticas de
Formentor, la publicación de su primer libro, Compañeros de viaje (1959)
o la antología de Castellet, Veinte años de poesía española (1939-59),
como intento de lanzamiento del grupo de poetas al que aludíamos.
La
década de los sesenta viene marcada, literariamente, por un cierto desencanto
por la poesía social y por la publicación de su segundo libro, Moralidades
(1966), libro que resume la evolución personal del poeta, desde una poesía
social menos exaltada pero esperanzada –desde esa mala conciencia- al tono
íntimo, conversacional muy influenciado por la fecunda relación con Luis
Cernuda y la poesía de Auden (cfr. pgs. 163-165). En los años setenta, con una
brevísima obra publicada, es considerado maestro o referencia para un nutrido
grupo de poetas jóvenes –Gimferrer, Carnero, Martínez Sarrión-. Dalmau detalla
la muy estudiada crisis del poeta que conduce desde su “Contra Jaime Gil de
Biedma” al impresionante “Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma”,
publicado ya en su tercer libro, Poemas póstumos (1968). Tras siete años
en que casi no escribe –apenas ocho poemas- publica Las personas del verbo
(1975) que considera su poesía completa, convertido ya en un poeta de culto. A
partir del libro, el silencio –poético- y la leyenda.
Miguel
Dalmau afirma que la verdadera cara del tríptico, la que mejor afirma el
retrato, es la cara personal, sentimental, sexual, del personaje. Esta tercera
parte abarca, en extensión, más de la mitad del volumen: arranca con la
adolescencia del poeta, relata el proceso de asunción de la condición
homosexual y, sobre todo, se detiene en el relato de un sórdido episodio de la
niñez-adolescencia. En esta parte de la biografía el autor deriva, quizá en
exceso, hacia apuntes freudianos que pertenecen más al terreno de la
especulación que al de la biografía rigurosa.
Desde
esta tercera perspectiva revisa Dalmau los episodios relatados en las dos
primeras partes del tríptico: la época universitaria, su fecunda estancia en
Inglaterra, la actividad del grupo de poetas en Barcelona. Todos estos
episodios dejan huella en su poesía, huella que el biógrafo detalla
puntualmente. Su relato, sin embargo, se demora en el detalle de la intensísima
vida sentimental de Gil de Biedma: desde las personas que más contaron en su
vida hasta la sordidez de cada encuentro puntual; desde sus grandes amores al
detalle –a veces excesivo- de su promiscuidad. Hay algo de sórdido, de turbio,
en el recuento de búsquedas, afanes, en la impaciencia y el torbellino de
alcohol y amantes que recorren esta última parte de la biografía. Otro de los excesos del biógrafo se encuentra
en el rastreo del origen de algunos poemas: así, especula que el origen de
“Pandémica y Celeste” –uno de los textos fundamentales del poeta- estaría en el
conflicto entre dos de sus chacras, recurriendo a un patrón de la medicina
ayurvédica hindú para explicar el conflicto interior del poeta, que el texto
explicita acaso sin necesidad de interpretación alguna.
Desde
una perspectiva literaria son más interesantes los apuntes sobre su amistad con
Barral, Marsé, los Goytisolo o Ángel González; o el relato de la crisis de
finales de los sesenta que prácticamente le lleva a abandonar la poesía –los
intentos de suicidio, la soledad, el desamparo, el remordimiento-. A partir de
este momento relata Dalmau con crudeza su pavor a la vejez, a la decadencia
física, su deterioro de los últimos años, el diagnóstico de SIDA en 1985, el
progreso de la enfermedad, la agonía, la pérdida de sus portentosas facultades
intelectuales, la muerte de su amigo Barral tras la que, en palabras de José
Agustín Goytisolo, “se dejó morir” (pg. 468).
Desde
el punto de vista formal el relato del biógrafo, a pesar de la extensión
considerable, es ágil, fragmentado en docenas de capítulos brevísimos que
detallan un episodio, un encuentro, la génesis de un texto,... Sin embargo,
quizá pensando en esa agilidad, Dalmau no consigna la procedencia precisa de
los numerosos testimonios o fuentes que maneja: en el caso de las
bibliográficas el relato hubiera ganado en rigor, desde luego, agrupando las
notas a final de capítulo. La biografía se cierra con un útil índice onomástico
y una bibliografía de y sobre Gil de Biedma. En la bibliografía del poeta se
echa en falta la cita de la edición definitiva del Diario del artista
seriamente enfermo (1974) –que es la única que consigna Dalmau-, publicada
en 1991, un año después de la muerte del poeta, con el título Retrato del
artista en 1956, que incluye muy significativas adiciones. Igualmente se
echa en falta en la “Bibliografía básica” uno de los volúmenes de las memorias
de Barral, Cuando las horas veloces (1988), o la esencial antología y
estudio Partidarios de la felicidad (2000) de Carme Riera, una de las
estudiosas fundamentales de la vida del grupo de poetas de Barcelona.
En
conclusión, resulta una biografía muy desigual. El recurso narrativo del
tríptico termina descompensándose por el excesivo detalle de la vida amorosa
del poeta y por las inevitables reiteraciones. Sin embargo, en lo estrictamente
literario, Dalmau ha estudiado las referencias biográficas de buena parte de
los poemas de Las personas del verbo, lo que, desde luego, convierte a
su biografía en una obra de referencia. Hay que lamentar, empero, la aludida
ausencia de referencias bibliográficas y las especulaciones freudianas que
salpican el relato. Con todo ello, dentro del interés indudable del estudio,
resulta un tanto decepcionante.
[DALMAU, Miguel: Jaime Gil de Biedma. Retrato de un poeta. Circe, Barcelona, 2004. 510 pp. I.S.B.N.: 84-7765-227-9.]
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